No hablo de insomnios malgastados,
de amores sempiternos
de soles raspando
las ventanas rotas.
Hablo de mí,
del golpe en el vacío
de las noches modestas
cayendo en mis ojos
las gotas de aguardo
lavando las manos
y los montones de espejismos
arrendando la garganta.
Porque la lengua ha muerto
y el canto de las sirenas
enloquece a la brújula.
La magia pernocta
junto al sombrero vacío
en espera...
Las lunas grabadas en la espalda
menguando siempre
punzando siempre
esperando siempre
volver a ser luz
que fecunde
alguna versión del
tiempo,
el origen que estalla y resplandece…
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